Cantaba Héctor Lavoe… ¨todo tiene su final… nada dura para siempre…¨
En días recientes y como por arte de magia, han reaparecido los antiguos cordeles de ropa en las distinguidas urbanizaciones de nuestro país.
Hasta hace unos años, tener una secadora de ropa era un lujo que no todos podían tener, Afortunadamente el modernismo, la demanda y los cambios en el tiempo, han permitido que cada día sean más las personas que puedan contar con los beneficios de una secadora de ropa. Sin embargo…. Como dice la canción, todo tiene su final y tal parece que le llegó la hora al departamento de lavado y secado de ropa en el hogar.
Después del despiadado paso del Huracán María por nuestra isla, todo cambió. Ahora las personas con cabeza baja como si de un pecado se tratara, buscan alambre, soga o cables para construir su propio cordel. Aprovechan los árboles de sus vecinos (que antes les molestaban) para anclar allí su maravilloso cordel. Luego casi en la clandestinidad comienzan la tarea de enganchar pantaletas, boxers y otras piezas con la esperanza de que sol y viento realicen el milagro del secado. Desde el cielo los aviones militares creerán que se trata de banderines pidiendo ayuda, declarando la paz o agradeciendo su llegada. Mientras… acá en la tierra los vecinos entre cordeles su desgracia anunciarán.
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